Volver de las vacaciones suele ser algo fastidioso y hasta, sin dudas, molesto para quienes caminan la senda de soñar todo el tiempo. También lo es para aquellos que saben disfrutar de las bondades de la vida, sin otra comisión que gozar de la naturaleza sin agresiones humanas.
Pero nuestra vida tiene tiempos, relojes precisos, dados por un sistema de orden, paz y administración que nos impide realizarnos como seres humanos. Es decir, tiene rutinas que nos abruman y nos aburren hasta el cansancio, con el claro objetivo de impedirnos, muchas veces, pensar en el verdadero sentido de nuestra existencia.
Y es así... Volvemos a nuestra casa, sin ánimos de levantarnos temprano para ir a trabajar o de vestirnos con ese triste uniforme, mientras añoramos esos días de placer y de encuentro con nuestro ser sin calmas. Es el día del regreso al horario que no nos deja pensar en ese amigo en plena tempestad o en el simple placer de no hacer nada...
Volvemos al ritmo desenfrenado de las mañanas al clarear, buscando ese colectivo que nos lleve a la oficina o al taller donde comenzamos a respirar el aire viciado por la sordidez y la hipocresía sin ambagues. Lo seguimos, aún dormidos, mientras intentamos poner en blanco nuestra mente para rescatarla y que no se muera en el intento del regreso a la rutina, luego del ocio sano que repara las heridas del año laboral.
Por supuesto, les cabe a los privilegiados que, todavía, conservan ese lugar en el mundo, mientras ningún jefe piense que va a alborotar el sector o sigan siendo sumisos, pese al griterío y a las exigencias desmedidas de ese patrón ambicioso.
Muchos otros, entre tantos, siguen buscando ese destino pero sin encontrarlo. Sin embargo, también tienen sus rutinas, aún siendo livianas, para seguir viviendo e intentar enfrentar las corrientes borrascosas que los azotan.
Pese al tiempo sin límites, saben que el descanso es un trabajo pesado que carcome el alma y que corroe las esperanzas. Es la razón por la cual buscan encontrar ese instante que los haga regresar, aunque sea ilusoriamente, a la existencia perdida en lo añejo.
Rutinas. Son las que nos marcan el reloj de nuestra vida, a pesar nuestro, pero que nos llevan en simple correntada a una existencia tan acelerada que amenaza nuestro ser sin darnos tiempo a nada...
Javier Sanz
02 / 02 / 06
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