¿Cuántas veces nos habrá pasado?. Caminar por esa avenida bullanguera para evadirnos un rato de nuestros pesares. Sí. De aquellos que nos abruman a cada rato en nuestra casa o en el trabajo para dejar nuestra mente exhausta, sin ganas de hilar una frase o de reír con ganas.
Nos pasa, y más seguido de lo que pensamos y soñamos. Es andar con el alma en blanco, sin siquiera pestañear e intentando olvidar ese mal trago del tropezón en la escalera de nuestra casa o de ese jefe amargo que, por enésima vez, volvió a gritar en forma desaforada por ese trabajo atrasado. Sin rumbo, de eso se trata, cada vez que buscamos la calle en forma frenética para caminar sin prisa y sin pausa, mientras las hojas de los árboles se mueven suavemente y el sol nos devuelve su sombra para cobijarnos en esa fatal huída.
Aunque debamos volver, muchas veces preferimos ese escape hacia lo mundano, esa mirada hacia las vidrieras de ofertas, que intentan vendernos lo invendible y lo inservible o lo que tanto anhelamos y soñamos pero que nos resulta imposible, con tal de rehacer nuestro ser en esos mágicos instantes. Es balancear nuestra mente frente a las desventuras diarias. Aunque no lo parezca, nos hace sentir mejor para enfrentar la siguiente travesura del destino...
Sin rumbo, o apenas imperceptible, vamos por la vida para buscar ese sueño sin tiempo o ese ideal que, alguna vez, se nos ha escapado de la mano. Tal vez, entre tantas cuestiones humanas, escapar de las garras de la desventura para reconstruir nuestra alma herida sea la mejor arma para construir esa herramienta que nos falta en aras de una vida sin tantos devaneos.
Javier Sanz
02/12/05
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