sábado, 24 de diciembre de 2005

La mesa está servida.

Llegaron las Fiestas. El bullicio se advierte en las calles y en las avenidas, pródigas en consumismo feroz y en exhibiciones fantasmales, para hacernos creer que ese es el mundo que necesitamos.
 
Por otro lado, la oscuridad del hambre asoma en cada esquina, en cada silla de ruedas que intenta detener al consumidor voraz para arrancarle esa moneda que necesita para llenar su precaria mesa. Basta caminar unos pasos y advertir la presencia de seres iguales a nosotros pero que tratan de encontrar su destino, aunque la sociedad prefiere mirar para otro lado porque son molestos...
 
Riqueza y pobreza son los signos de este tiempos imperial. Para algunos, algo sin solución posible; para otros, una contradicción que puede ser superada sin necesidad de algún Robin Hood.
 
Niñas y niños con hambre, que adquieren deficiencias al por mayor; ancianos, en el medio de la soledad absoluta y con salud precaria y miles de hombres y mujeres sumidas en la impotencia impuesta por el Imperio son el paisaje que domina este mundo sin que nadie se acuerde de ellos. O mejor dicho, se acuerdan las estadísticas frías del funcionario de turno para justificar aquella política o aquel decreto mientras ellas y ellos siguen esperando acciones concretas que les permita salir del infierno en el cual los han depositado.
 
Es Navidad y la mesa está servida para pocos, para los que han eludido, de una u otra forma, las garras del Imperio a través de la adaptación oportuna o del puro sometimiento. Mientras tanto, otros muchos todavía siguen intentando enfrentar el desafío de vivir aún con poca cosa, sabiendo que son olvidados por esos muchos en el poder o no tanto, que hoy viven en la frivolidad sin parar.
 
En este día, al menos, intentemos no olvidar a esos muchos que encontrará en esa calle o en esa avenida y busquemos la salida para que compartan nuestra mesa, aunque al Imperio le corra un escalofrío por la espalda y de repente, nos pegue ese cruel zarpazo para hacernos desistir.
 
Brindemos pero no olvidemos. Nuestra mesa puede estar servida, pero recordemos a nuestros congéneres que necesitan de nosotros aunque no lo parezca. Nosotros también podemos estar en su lugar, si así lo dispone el Imperio y por ende, no estamos exentos de estar sumergidos en el lodo de la pobreza y de la indigencia.
 
Javier Sanz
24 / 12 / 05

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