Estaba en esa esquina, cigarrillo en mano, esperando quién sabe si una mujer o espiando el paso apurado de los peatones cruzando con luz roja, como si fuera el último día de sus vidas.
Parecía absorto, con su pensamiento, mientras miraba el tráfico infernal de esa avenida con los cartoneros llevando su precario y simple carro con el pan del día... Maletín en mano, miraba su reloj para asombrarse con un leve movimiento de cejas. Intenta dar unos pasos, pero la marea humana lo detiene: había cambiado el semáforo.
Sin embargo, estaba soñando, tal vez, con una avenida limpia, sin niños limpiavidrios, ni vendedores de artículos baratos. A lo mejor, en una vida menos rutinaria y tediosa que permitiese el ocio creador, el que hace de alimento al alma y reviste al ser de una coraza para enfrentar las adversidades.
Pero estaba despierto. Camina y se sienta en ese bar viejo, con sillas desvencijadas, para abrir su maletín y sacar ese destruido cuaderno mientras pide un café y prende otro cigarrillo. Escribe raudamente, mientras parecía que nadie lo observaba, esas líneas para seguir soñando e impulsar su corazón puro hacia la búsqueda de otro mundo.
Cae la tarde y es hora de seguir la ruta hacia el merecido descanso. Las musas ya se han ido. Pero sabe que volverán al otro día, mientras las espera en esa esquina, cigarrillo en mano...
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